Inmortalidad...


A la luz de la tarde moribunda
recorro el olvidado cementerio,
y una dulce piedad mi pecho inunda
al pensar de la muerte en el misterio.

Del occidente a las postreras luces
mi errabunda mirada sólo advierte
los toscos leños de torcidas cruces,
despojos en la playa de la muerte.

De madreselvas que el abril enflora,
cercado humilde en torno se levanta,
donde vierte sus lágrimas la aurora,
y donde el ave, por las tardes, canta.

Corre cerca un arroyo en hondo cauce
que a trechos lama verdinegra viste,
y de la orilla se levanta un sauce,
cual de la muerte centinela triste.
Y al oír el rumor en la maleza,
mi mente inquiere, de la sombra esclava,
si es rumor de la vida que ya empieza,
o rumor de la vida que se acaba.

¿Muere todo?, me digo. en el instante
alzarse veo de las verdes lomas,
para perderse en el azul radiante,
una blanca bandada de palomas.

Y del bardo sajón el hondo verso,
verso consolador, mi oído hiere:
no hay muerte porque es vida el universo;
los muertos no están muertos...¡nada muere!




Ismael Enrique Arciniegas





















En su juventud Arciniegas inició, sin terminarlos, estudios de Humanidades en Duitama y de Jurisprudencia en la Universidad Católica en Bogotá. Creyendo que su vocación sería la del sacerdocio, ingresó en el Seminario Conciliar de Bogotá, que también abandonó; pero allí fue alumno de José Joaquín Ortiz, escritor, quien tuvo una gran influencia en su carrera literaria...Para saber más pulse aquí.

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